domingo, 11 de diciembre de 2011

Reescripción del mito de Ulises

Capítulo 1

El aire abrasador y seco del desierto invadía el ambiente. Ulises, un hombre alto y musculoso de mirada serena e inteligente, se preparaba para la reunión del ejército. Esperaba que escuchasen su propuesta, normalmente lo tenían bastante en cuenta, siempre fue un hombre bastante influyente, esa es una de las pocas cosas que no cambiaron cuando llegó al frente. Pero esta vez quizás su idea era demasiado descabellada, incluso podrían pensar que los horrores de la guerra lo había vuelto loco por completo, pero esta era la única opción viable si querían firmar la paz y poder volver con sus familias a sus casas. Ahh pobre Ulises echaba mucho de menos a su esposa y a su hijo, hacía años que no se veían, cuando él se fue, Telémaco media aproximadamente un palmo, ahora ya rondará el metro y medio, quizás más. ¿Y qué hay de Penélope? ¿Habrán los años apagado la belleza y la alegría de su rostro? Este era un tema que Ulises solía evitar ya que le hacía sentirse nostálgico y triste y eso en el campo de batalla no solía ayudar.  Ya se acercaba el momento de la reunión. Mientras esperaba en la sala improvisada sala de reuniones (llamarlo sala era casi un alago pues era una tienda de campaña bastante maltrecha, pero al menos era lo suficientemente amplia para acoger a los altos mandos del ejercito y a una pequeña mesa pleglable ) se dedicaba a repasar mentalmente su plan. Su plan inicial consistía en infiltrarse en el bando enemigo y convencerles de que les dejasen sus tierras ya que eran inservibles para cultivar o incluso para vivir cómodamente (aunque eso si sus profundidades estaban plagadas de petróleo y minerales muy cotizados en el mercado) no, eso no iba a funcionar necesitaba algo más drástico no podía andarse con tonterías tenía asesinar al dueño del territorio, ¿Pero como hacerlo sin llamar demasiado la atención? Tendría que poner en practica todo su potencial como actor y fingir que había cambiado de bando e ir acercándose a el asta ganarse su confianza, era arriesgado, pero era lo mejor que se le ocurría. Ya llegan los demás oficiales. La reunión promete, están presentes todos los altos mandos militares. Parecían querer acabar cuanto antes, ¿Eso será bueno o malo? Después de los apurados saludos de cortesía se dispusieron a debatir sus propuestas y pronto le llegó el turno a Ulises.
Lo estaban mirando de una forma extraña, todo parecía indicar que sus sospechas acerca de las posibles opiniones sobre su salud mental eran ciertas, asta que el general Molsey, se las confirmó: "¡Te has vuelto loco, o es que quieres morir, insensato!" "No, lo quiere es traicionarnos" contestó el general Buttercrup. En apenas unos segundos todos empezaron a discutir su propuesta, formando tal alboroto que Ulises no conseguía enterarse de quien lo defendía y quien pretendía encerrarlo en un manicomio de por vida, pero el permaneció impasible y sin intervenir durante un buen rato hasta que el general Miller gritó por encima de aquel tumulto captando la atención de todos y se dirigió a Ulises: "¿Estás  seguro de lo que dices? ¿De verdad crees que te será tan fácil infiltrarte en  el bando enemigo?  "Nunca dije que fuese a ser fácil señor, es más, diría que tengo muchas posibilidades de fracasar pero por favor les ruego que confíen en mi" "No sabes lo que dices.." Interrumpió Molsey pero antes de que terminase la frase Milles dijo " ¿y si tu plan  fracasa muchacho, eres consciente de lo que te haría esa gente?" "Lo soy señor"
La conversación se prolongó durante varias horas más, pero finalmente se aprobó su plan.
Partiría a la semana siguiente.



Capítulo 2:

Era mediodía cuando llegó al cuartel enemigo, podría haber llegado a cualquier otra hora en la que el clima desértico fuese más amable, pero mediodía era el mejor momento, el calor atontaba a la gente, por muy acostumbrados que estuviesen, a esas horas los guardias siempre estaban más distraidos y con suerte, quizás lo suficientemente atontados para mostrarse más indulgentes con el recién llegado. La otra razón por la que eligió esa hora y no otra es que no te aventuras en el desierto a mediodía, desarmado y sin víveres a no ser que estés muy perdido o muy desesperado, desesperado como lo estaría un general que abandona su ejercito para cambiar de bando, por ejemplo.
Le habían visto, lo sabía, podía sentir sus armas apuntándole pero debía mantener la calma. Levantó las dos manos y se arrodilló en la arena (que teniendo en cuenta que era mediodía no debió ser agradable) en señal de rendición y pidió clemencia. Estaban ya a punto de dispararle cuando Jafar (el governador de las tierras y jefe del bando enemigo) apareció de repente y detuvo a sus soldados con un gesto. Todo fue bastante rápido, cuando se quiso dar cuenta lo estaban interrogando en una sala dentro de la fortaleza. Aun no tenía claro si eso era bueno o malo, pero era mejor pensar en positivo, por lo menos ya estaba dentro y allí había aire acondicionado. Debía tener cuidado con sus respuestas, no estaba en situación de equivocarse, el mas mínimo error podría costarle su vida e incluso la de sus compañeros, tenía que concentrarse. Por el momento todo parecía ir bien, aunque todavía lo miraban con cierta desconfianza, pero los tenía en el bote, lo sabía podía notarlo, pero no podía confiarse. Su historia de que le habían engañado y traicionado y buscaba venganza era creíble, pero si indagaban demasiado encontrarían lagunas en su versión debía tener cuidado y parecer desolado, enfadado y seguro en una proporción precisa, no podía bajar la guardia. El interrogatorio parecía haber terminado, fue mejor de lo que pensaba, hasta le dieron agua, eso en el desierto es un bien demasiado preciado como para malgastarlo con alguien a quien le quedasen unas pocas horas de vida.

Ya llevaba unos 3 días el la fortaleza y a penas había conseguido acercarse a Jafar, pero no debía impacientarse, eso no le ayudaria, debía mantener la cabeza fría y pensar como llegar asta él. Hay alguien en la puerta, por el revuelo de los guardias, diría que todo va mejor de lo que creía. En efecto así era, Jafar acababa de entrar en el cuarto y parecía tener ganas de hablar en privado ( con la presencia de sus guardias, claro está). Hablaron durante un largo tiempo sobre sus antiguos compañeros y sobre el porque de la traición, pero no del mismo modo que en el interrogatorio, es más si no fuese imposible asta diría que pretendía ser comprensivo. Al terminar la charla pasó algo que ni el propio Ulises esperaba, Jafar lo había invitado a su despacho al día siguiente, sin guardias. No podía perder tiempo tenía que ponerse en contacto con su cuartel general cuanto antes. Por suerte que logró colar un móvil. En cuanto estuvo seguro de que nadie le oía hizo la llamada. Ya estaba todo planeado sólo tenía  que esperar.

Al día siguiente lo despertaron los guardias y le ordenaron preparase para su reunión, en pocos minutos podría realizar su plan, provablemente sus compañeros estarían de camino, todo iba según lo previsto.
El despacho de Jafar era un claro ejemplo de la cultura árabe, estaba muy ricamente decorado con telas y tapices y con unos muebles muy elaborados, aunque no recargados, pero Ulises solo podía fijarse en la colección de armas de la pared. El presidente lo invito a sentarse y a que se sirviera un poco de té, parecía que le había caido bien, al parecer el también se había visto obligado a cambiar de bando en el pasado y comprendía muy bien su situación y sus dudas, pobre iluso, al parecer nuestro protagonista era mejor actor de lo que se esperaba o Jafar disimulaba muy bien, pero era mejor pensar en positivo. De pronto empezaron a escuchar bastante escandalo fuera, "Cada vez estos guardias son más indisciplinados" decía Jafar, a Ulises le vibraba el bolsillo desde hacía un rato por lo que sabía que aquel alboroto no era fruto de una simple riña, pero debía mantenerse impasible, o el plan podía venirse abajo. El ruido era cada vez mayor, se estaban acercando Jafar parecía querer intervenir, pero cuando se quiso dar cuenta Ulises le había puesto una espada en el cuello y los altos mandos del ejercito enemigo estaban es su despacho. Lo mataron, no sin antes obligarle a firmar la cesión de las tierras y hacerle saber que su ejercito había sido completamente derrotado. Habían ganado la guerra, por fin podía volver a casa.



Capítulo 3: El viaje.

Los navíos del ejercito se preparaban para zarpar. Ulises no podía creerlo, en a penas un mes volvería a su hogar, con Penélope y Telémaco. Un mes. Sólo un mes más y volvería a ser libre... Pero no todo eran pensamientos alegres en la mente de Ulises. Desde que partió a la guerra, dejando atrás su tierra y su gente habían pasado muchos años, demasiados incluso. Esos oscuros pensamientos empañados de pena y tristeza volvían a rondarle la cabeza ¿Y si su hijo no lo reconocía? en el fondo sería lo lógico, había crecido sin el, la última vez que lo vio era casi un bebé, pero aun así ese pensamiento le atormentaba. Lo que pudiese haber echo el tiempo con la belleza de Penélope ya no le importaba, lo que de verdad lo reconcomía era que pudiese haber encontrado a otro hombre que la hubiese sabido atender mejor que él, aunque si esto era así Ulises no se lo reprocharía. Debía obligarse a pensar en otra cosa o el viaje se le haría eterno. No le costó mucho encontrar una ocupación, había que poner el barco a punto para zarpar, debía comprobar que todo estuviese en su lugar.

Capítulo 4
Muy lejos de allí, en la otra punta del mundo, en una preciosa casa con jardín un niño de unos diez años jugaba sólo a la pelota, era un día absolutamente normal para el, se había levantado, había ido el colegio, su madre le obligó a hacer los deberes... Telémaco siempre pensó que su familia era un poco rara. Para empezar, las madres de los otros niños niños sonreían mucho cuando estaban con sus hijos o con sus amigos adultos, pero la suya aunque parecía esforzarse mucho no lo conseguía del todo, los demás no lo notaban pero él sabía que ella en el fondo estaba muy triste y no sabía muy bien porque, aunque pensaba que podía ser por el otro motivo de la "peculiaridad" de su familia; Todos sus amigos tenían un padre y una madre, pero el solo tenía a su madre. Por supuesto el sabía que tenía un padre, su madre le había hablado de el, pero nunca lo había visto, al menos que el recordase. Se hacía tarde debía entrar en casa y ayudar a su madre con las tareas. Cuando entró encontró a su madre extraña, sonreía mucho y parecía muy contenta, mucho más de lo que nunca la hubiese visto. Sostenía una carta. Telémaco se preguntaba que podía haber en un papel que pudiese hacer tan feliz a una persona, pero no tuvo que preguntárselo mucho, pues pronto su madre corrió a abrazarlo diciendo que u padre iba a volver a casa en pocas semanas. No sabía muy bien que pensar, pero algo que hiciera tan feliz a una persona y sobre todo si esa persona era su madre, podría ser malo, así que se limitó a sonreír y a abrazar a su madre.

Capítulo 5

Ya llevaban unos días de travesía cuando se dieron cuenta de que parte de sus reservas de comida habían sido contaminadas y el agua y los víveres comenzaban a escasear alarmantemente, por lo que se vieron obligados a atracar en el puerto de una isla.
El puerto de aquella isla era bastante extraño normalmente los puestos bullen de actividad, si no es por el turismo o el deporte es por la pesca, era muy extraño ver un lugar tan silencioso. Quizás fuese una isla con pocos habitantes y los trabajadores del puerto estaban en su descanso. No podían tener esto claro porque su GPS no era demasiado fiable ultimamente, por lo que Ulises  mandó desembarcar a sus hombres y junto con algunos de sus compañeros, fue a buscar a los operarios del puerto. No tardaron mucho en encontrarlos efectivamente algunos de los encargados del muelle estaban descansando en una pequeña caseta, no muy lejos de donde habían atracado. Ulises llamó a la puerta con cierta timidez, ciertamente esperaba una reprimenda por atracar en su puerto sin avisar y sin permiso pudiendo entorpecer el funcionamiento habitual del lugar, pero para su sorpresa los acogieron bastante bien incluso los invitaron a comer con ellos y a alimentar al reto de la tripulación, además de ayudarlos a conseguir más víveres. Todo era bastante inusual, pero provablemente sólo querían que abandonasen la isla cuanto antes, o quizás simplemente habían topado con un pueblo de comerciantes ansiosos por vender su gastronomía. La comida que les sirvieron era también poco usual, al menos Ulises nunca la había probado, aunque con casi diez años en una guerra pasando penurias no era raro que la gastronomía hubiese evolucionado un poco, de todas formas era un plato delicioso. Mientras comían e interactuaban con los isleños, Ulises observó en ellos un comportamiento peculiar, a pesar de ser generalmente amables, tenían unos cambios de humor un tanto bruscos y a veces se mostraban de lo mas irritable, también pudo ver cierta desgana y apatía en ellos, sin mencionar que parecían gente de lo más despistada y olvidadiza. A medida que avanzaba la conversación, no pudo evitar fijarse en la mirada de los trabajadores del puerto. Tenían los ojos un tanto enrojecidos e incluso diría que las pupilas dilatadas, todo esto podía deberse a que  la luz en la caseta era bastante tenue, pero Ulises tenía el presentimiento de que algo raro ocurría.
Cuando salieron de la caseta y Ulises quiso reunir a su equipo para que cargasen el barco con los nuevos víveres y poder zarpar cuanto antes, no sin antes agradecer su ospitalidad a los isleños claro está se dio cuenta de que faltaban varios de sus hombres. Esto lo desconcertó, pues había dado orden expresa de que nadie abandonase el puerto. En fin, ahora tendrían que retrasarse e ir a buscarles, se iban a llevar una sanción ejemplar por incumplir ordenes estrictas y retrasar el viaje.
Ulises se encargó personalmente de la búsqueda de los siete soldados extraviados, junto con algunos de sus hombres de confianza y dos guías isleños. No tardaron mucho en encontrarles pero a Ulises y a los suyos no les gustó mucho lo que vieron (a los isleños parecía que les daba igual). Cuando encontraron a los hombres perdidos, la escena que vieron era un tanto sobrecojedora, o más bien daba cierta lástima. Al parecer según supieron días después los isleños los habían engatusado para que los siguieran, pero en el momento, cuando vieron a los soldados tirados en el suelo con la mirada perdida y unas jeringas tiradas en el suelo, sospecharon que la culpa era sólo de los soldados. No tardaron mucho en llevarlos de vuelta al barco y tardaron menos en descubrir que en aquel lugar situaciones como las de  nuestros siete soldados son algo, más que habitual una costumbre arraigada, y tampoco es que les costase relacionar todo esto con el comportamiento extraño de los operarios del puerto. Por fortuna los soldados gracias a los escasos conocimientos médicos de Ulises se mejoraron pronto y en alta mar, pues en cuanto supieron lo que pasaba en aquella isla zarparon de inmediato.


Capítulo 6:
Tras semanas ya de travesía el agotamiento empezaba a hacer mella en los tripulantes del navío, pero por fortuna las ganas de volver a sus respectivos hogares era el mejor remedio contra el cansancio. Por motivos quizás obvios quizás no, tuvieron que deshacerse de las provisiones que les dieron tan amablemente aquellos isleños, por lo que se veían obligados a tomar tierra de nuevo. Ulises temía tomar tierra de nuevo, dada su última experiencia y porque sabía que eso los retrasaría aun más en su ya casi inminente regreso a sus hogares, pero debían parar o morirían de hambre y sed.
Cuando llegaron a puerto les alegró que este bullera de actividad. Allí los acogieron con cierto reparo y una muy bien fingida cortesía, hasta que llegó un hombre que se hacía llamar Polifemo y que era uno de los grandes del mundo empresarial ( y puestos a alardear su currículo también era un grande en el bello mundo de la extorsión y el desfalco) y dueño legítimo de aquel bullicioso puerto y de casi todo lo que en el habitaba. A Polifemo no le pareció nada bien la intrusión de extraños en sus tierras por lo que los retuvo para "tener una amable y bienintencionada entrevista con el capitán del navío" esto lo dijo con un tono de falsedad absoluta pero Ulises no pudo negarse y finalmente terminó en un cuarto mal iluminado que parecía ser despacho de nuestro amigo empresario. Era bastante austero solo había un escritorio cubierto de papeles, un baso y un abrecartas, y dos sillas, una grande y mullida (la suya) y otra queña y menos mullida (la de invitados). Como Ulises ya se imaginaba Polifemo no quería una amable entrevista si no mas bien un interrogatorio exaustivo sobre su procedencia y saber si en ese barco había algo de interés.
Al ver que nada era de su agrado creyó que Ulises lo engañaba y le puso un cuchillo en el cuello, Ulises sin pensar cogió el abrecartas (que era de metal) y rápido como el viento se lo clavó al empresario justo en el ojo, después de este movimiento Ulises salió del cuarto lo más rápido que pudo y respiró aliviado al ver que sus hombres estaban ya en el barco. En pocas horas ya habían dejado atrás los dominios de aquel hombre y se disponían a buscar otro lugar en el que reponer su despensa pero descubrieron que algún "amigo" de Polifemo había destrozado todo su sistema de navegación.

Capítulo 7:
Un día de travesía más tarde desde su último intento de adquirir algunos víveres llegaron a una pequeña isla en la que sus habitantes los trataron muy bien y gracias a los cuales pudieron reponerse de su accidentado viaje. Pero como ya deberían saber nuestros personajes, los filántropos son algo escaso en este mundo y por eso uno de aquellos amables pueblerinos les rogó que llevasen una peligrosa carga asta su tierra, que no había problema si la caja no se movía bruscamente. Ulises aceptó, pues no pudo negarse, y así con las bodegas llenas y un amenazador paquete partieron con fuerzas renovadas a su hogar.
 Todo iba muy bien. En los últimos días no hubo ningún percance. Todo iba tan bien que asta era aburrido.
Por desgracia para la tripulación en aburrimiento duró poco y cuando se dieron cuenta la peligrosa carga que portaban se soltó y explotó dejando inservible el sistema de navegación y el motor, lo que los hizo navegar a la deriva durante días.


Capítulo 8:
Tras días de ir a la deriva encontraron otra isla que tenía un bonito puerto natural  en el que había pequeños barcos cuyos pasajeros se dedicaban a la pesca y que no pudieron evitar alzar la vista al ver pasar un navío tan grande como era el suyo. Tuvieron suerte la corriente los dejó bastante cerca de la isla. Echaron anclas y cogieron  los botes salvavidas. La gente de aquel lugar los trataba con cierta indiferencia, pero el que no se desviviesen por ayudarlos tranquilizaba bastante a los  soldados. Tras encontrar a un ingeniero y un técnico que los pudiera ayudar con su barco se fueron a un bar a comer y después algunos decidieron dar un paseo por el hermoso bosque que rodeaba la isla. En el bosque, encontraron una rústica cabaña de madera, y una piara de cerdos. De la cabaña salió una mujer de mediana edad vestida de un modo que pegaba mucho con su rústica casa que al ver a los soldados insistió en invitarles a limonada alegando que alguien que lucha por la patria debe tener siempre derecho a un refresco frío. Los soldados, como la caminata les había dado sed y la mujer parecía amable accedieron.
Cuando los responsables de la reparación del barco ya tenían su trabajo más o menos avanzado Ulises se aventuró a dar un paseo por el bosque al igual que sus compañeros, que por cierto ¿Donde estaban? seguramente lo averiguaría pronto. Tras caminar un rato se topó con la misma cabaña, los mismos cerdos y la misma mujer que sus compañeros, claro que eso el no lo sabía. Ahora la mujer daba de comer tranquilamente a los cerdos cuando vio a Ulises " Vaya otro soldado, debe ser la nueva profesión de moda en la isla" Ulises reparó en unos vasos de limonada vacíos y comenzó a atar cabos " Vaya, espero que mis soldados no la hayan importunado" " Oh no, al contrario, fueron muy amables y asta me resultaron útiles" Ulises rió y continuo la conversación con aquella mujer tan amable. La charla duró varios minutos hablaron de la isla en la que se encontraban, de su gente, de otras islas... Ulises mismo descubrió la afición que tenía aquella mujer por las hierbas y sus propiedades, le pareció una cualidad muy interesante. De pronto reparó en la comida que le estaba dando a los cerdos y vio algo que le resultaba familiar. Después de observarlo un rato se dio cuenta de que ese objeto pertenecía a uno de sus hombres, a Cícero concretamente, ese era su anillo, era uno de sus objetos más preciados, se lo había regalado su hija antes de la guerra, no podía permitir que se lo comieran los cerdos, debía recuperarlo y devolvérselo.
"Disculpe, me parece que uno de mis soldados se olvidó algo aquí y no creo que le gustase que los cerdos se lo comiesen" medio-bromeó Ulises que de pronto reparó en extraño tono rojizo de la comida de los cerdos " Vaya, siempre me dejo alguna de estás cosas al preparar esta cosa, cualquier día uno de mis pobres cerdos enfermará por alguno de estos despistes" Ulises sonrió y tomó el anillo que la mujer le lanzó un tanto extrañado por su respuesta. De pronto reparó en que el anillo estaba recubierto de algo rojo y pegajoso que le resultaba familar, se acercó el anillo a la nariz y lo olfateó, de repente la presencia de aquella mujer asta ahora agradable le empezaba a incomodar, tenía que buscar el modo de salir de allí. Se despidió, estaba pálido. La mujer intentó detenerlo diciendo que no podía marcharse sin probar antes su limonada, que eso sería descortés. Tras mucho insistir la mujer consiguió que se quedase un rato más y que probase su limonada, que no le haría daño. No podía parar de pensar en sus compañeros, y tampoco podía parar de mirar a los cerdos, juraría que había visto un dedo. Se bebió la limonada de un trago y le preguntó a la mujer si sabía a donde habían ido sus soldados, a lo que respondió tranquilamente y como si fuese algo obvio
" Creía que ya se había dado cuenta capitán, se los di a los cerdos" Ulises casi se desmaya, se encontraba débil, la limonada, pensó, debía salir de allí cuanto antes, volvió a despedirse y echó a correr ¡No llegarás muy lejos!" Dijo la mujer en un tono casi maternal, pero Ulises no le prestó atención solo podía pensar en sus compañeros y en la impotencia que sentía. Las piernas empezaban a fallarle " El veneno" pensó, aquello no podía estar pasando no podía acabar así, después de haber sobrevivido a una guerra. No podía hacerle eso a Penélope y a su hijo. Pensó en ellos pero no lo reconfortó. Finalmente consiguió llegar al pueblo donde le dieron algo de beber, el antídoto al veneno, supuso, y donde nadie se sorprendió lo más mínimo de su relato. Aunque no quería hacerlo, tuvo que pasar unos días más en isla mientras arreglaban su barco, pero esta vez dio orden expresa de que nadie se adentrara en el bosque. Poco tiempo después retomaron su viaje.

Capítulo 9:
Viajaron infatigables entre las revueltas aguas del océano durante semanas. Las tormentas los visitaban con frecuencia y el agua del mar y de la lluvia los calaba asta los huesos, la salitre les cortaba los labios y aunque de momento no escaseaba nada racionaban estrictamente la comida para no tener que detenerse en tantas ocasiones. Pero había algo que los obligaba a detenerse de nuevo, se estaban quedando sin combustible. Vieron un puerto cerca, pararía repostarían y se irían no se entretendrían mucho, o eso esperaban. Al llegar al puerto vieron un llamativo local decorado con neones de colores brillantes que dibujaban con sus luces promesas de diversión y placer y en cuyo interior hermosas mujeres seducen a hombres incautos y les muestran sus encantos más secretos a cambio del dinero que ganan con el sudor de su frente. Tentados por esas luces y alentados por la falta de calor humano, los soldados no pudieron evitar tomarse un descanso y entrar al burdel, sólo Ulises, que estaba demasiado ocupado reponiendo el convustible del barco pudo resistirse a los encantos de aquellas bellas damas. Cuando terminó su tarea, demasiado cansado para cualquier otra cosa, entro en aquel antro del placer y se pidió un vaso de bourbon, aquellas damas a veces se le acercaban melosas, e intentaban seducirle sin éxito. Cuando los soldados saciaron sus mas bajos instintos volvieron al barco, sin un céntimo y continuaron su viaje.

Capítulo10

Navegaron durante algunas semanas sin a penas incidentes, hasta que un día ocurrió lo peor. Una horrible tormenta asoló el océano y revolucionó las aguas asta tal punto que se tragaron el enorme navío. Fue un espectáculo grotesco. Trozos de madera y metal, cuerpos destrozados flotando sobre las olas, miembros desprendidos.... y un único superviviente a la tragedia. Ulises se aferraba con todas sus fuerzas a un trozo de madera para intentar resistir la fiereza del océano, pero el cansancio le pudo y se desmalló. Pasó la noche a la deriva hasta que por fin una ola lo arrastró a la orilla y un alma caritativa lo recogió y lo llevó a un hospital. Allí se repuso poco a poco de sus heridas. Pasó el tiempo y cuando estuvo por fin recuperado el alma caritativa que lo había recogido, una hermosa mujer de cabellos castaño y ojos verdes, le pidió que se quedase con ella. Ulises agradecido accedió a pasar un mes a su lado y así lo hizo.
Pasado ese tiempo y una vez conseguida una embarcación Ulises partió de nuevo en su viaje, tal y como ya se imaginaba se perdió varias veces,pero eso no lo desalentó y continuó infatigable su viaje. Paró en varios puertos a reponer combustible y a conseguir alimentos y allá sonde iba le contaba sus aventuras a quien quisiera escucharle.


Capítulo 11
Ya estaba cerca, podía ver aquel inconfundible faro, Ítaca, la tierra prometida, el lugar, a sus ojos mas hermoso de la tierra. Estaba a sólo unos metros del puerto y a unos pocos kilómetros de su familia, no podía creerselo, hacía tanto tiempo que soñaba con aquello. Ya había dejado atrás el mar y las aventuras para coger el autobús y volver a su hogar. Cogió la linea siete, como siempre solía hacer años atrás para volver a casa después de pescar. Se preguntaba si Penélope seguiría allí esperándole y si su hijo lo aceptaría. Estaba a dos paradas de autobús de averiguarlo.Una. Ya está, como decían en Roma "Alea iacta est". Solo tenía que cruzar la calle. Se paró en seco. No se lo podía creer, bueno en realidad se lo esperaba, después de todo lo que había pasado era lo más normal. Cuando se asomó a la ventana vio que un hombre que no era él besaba a su mujer mientras el que debía ser su hijo, que ya tendría cuantos quince años tal vez más, sonreía.
Una profunda tristeza lo embargaba por dentro. Estaba en en el lugar con el que había soñado durante años y a un par de metros de la gente a la que tanto había echado de menos, pero esa gente ya no lo recordaba, se habían olvidado de él. Se fijó más y pudo ver una cuna. Penélope estaba embarazada. No quiso quedarse más allí, no podría soportarlo, pero se dio cuenta de que no tenía ningún lugar a donde ir ya nada lo ataba a aquel lugar o al mundo mismo. Comenzó a caminar en una silenciosa peregrinación  hacia el mar, en el que se perdió para el resto de la eternidad.

                                                                        The end



No hay comentarios:

Publicar un comentario